David Catá – Ni contigo ni sin mí, 2011.
Quemar, coser y reconstruir fotografías suena a hechizo o a vandalismo. A cosa de brujas y gamberros. Quemar la fotografía del Rey como protesta republicana, coser una fotografía siguiendo un ritual de vudú con objetivo de dañar al otro o como un pseudo-cupido que al unir dos fotos une a dos personas. Romper en pedazos una fotografía como cuando en las película una pareja rompe y hace física esa ruptura al partir la foto en la que salían felizmente abrazados. A la fotografía se le atribuye mucho más que ser una mera representación. Uno se relaciona con ella como si fuese aquello que representa, “lo que haces a la foto se lo haces a la persona”. Ese mito de romper o quemar una fotografía como un paso sin retorno, más fuerte que la palabra o que el portazo.
Sin embargo, el quemar al que aquí me refiero no es al quemar la foto, pues ella por sí misma, retomando la alegoría de Georges Didi-Huberman en su libro “Arde la imagen”, ya está en llamas. Se trata entonces, de quemarte tú al acercarte a la imagen, al dejarte tocar por ella, que te abrase lo que ves.
Thomas Mailaender – Illustrate People, 2015.
Podría parecer un juego de palabras pero en esta ocasión, no hay metáforas. El fotógrafo Thomas Mailaender expone a sus modelos a imágenes extraídas del Archive of Modern Conflict. Siguiendo el proceso de revelado analógico, una ampliadora positiviza los negativos, sólo que esta vez el soporte es el cuerpo de los modelos, donde las imágenes son proyectadas con rayos ultravioletas hasta quemarles la piel. Los cuerpos anónimos dejan al descubierto las imágenes que soportan. Son, como el mismo título advierte, Personas Ilustradas, en el sentido más explícito; sus cuerpos contienen imágenes. Lucen quemaduras fugaces al estilo del “Sunburn Art”, la moda de los tatuajes solares. Como cuando uno se queda dormido durante horas en la playa con un libro en el pecho.
Estas fotografías que parecen aflorar en la piel, me hacen pensar en la memoria corporal, como si la piel fuese un material sensible a las experiencias vividas o incluso imaginadas. Por un momento, nuestro cuerpo sería portador de nuestra historia, dejaríamos la abstracción de las arrugas, las heridas, los hematomas, y pasariamos a los recuerdos visuales con detalles. Ya no diríamos; “esta cicatriz es de cuando me caí en bici”, veríamos directamente en nuestra rodilla la imagen de una personilla dándose de bruces contra el suelo. Luego estaría el tema de los tiempos, algunas imágenes se mantendrían prolongadamente y otras sólo por unos minutos. Según el impacto que esa experiencia tuviese en nosotros.
Thomas Mailaender – Illustrate People, 2015.
David Catá – Bajo mi piel, 05. 2011.
Los recuerdos, el apego a lo vivido y con los que se ha vivido. A David Catá, por ejemplo le ha llevado a coserse en la palma de su mano las fotografías de aquellos a los que se niega a dejar marchar. Todo es perecedero, ni siquiera la imagen con su tácita promesa de congelar el tiempo, de avivar los recuerdos y de eternizar a las personas. Es sentir el dolor de la pérdida también físicamente. Lo que queda, en el caso de “ni contigo ni sin mí”, ” a flor de piel” o “bajo la piel” son leves lesiones en la palma de su mano de todos esos intentos fracasados de retener lo que no tiene freno. Huellas memoriales. Y en esa obstinación algo de Catá, una capa de epidermis, también se fue.
David Catá – Abuelo Catá de la serie A flor de piel. 2013.
En nuestra piel convive lo superficial, aquello que se posa desarraigado en la superficie, sin raíz ni parte oculta del iceberg, flotando en la apariencia. Del mismo modo que, también en la piel se reconoce lo que dentro se mueve, como el miedo, el pudor o la emoción. En ocasiones queda escondido tras la careta que nos mantiene resguardados. Pasamos por distintas máscaras, buscando encontrar la que mejor encaje con nosotros mismos, con nuestro momento cambiante. Algunas son muros y otras se cuelgan en muros virtuales, a través de las cuales nos definimos y presentamos al mundo.
David Meanix – Photosculpture Repose, X.
Lo que me parece particularmente interesante de las máscaras del fotógrafo David Meanix es por un lado que son fotografías del propio rostro, caretas-murallas de uno mismo que luego hace poner a sus modelos. Y por otro lado, es que todas ellas son una reconstrucción, un puzzle hecho de miles de pedazos. Da la sensación de reflejar la ruptura con uno mismo, de haberse roto, tal vez en distintas ocasiones, en repetidas ocasiones. Un rostro roto que con el fin de ser arreglado se han pegado los pedazos sin ocultar las grietas, siguiendo la línea del Kintsugi, la tradición japonesa que reconoce las roturas de los objetos como parte de su propia historia.
Todas ellas, quemadas, cosidas o reconstruidas, como marcas en el cuerpo que nos recuerdan que se ha vivido.
Texto: Nerea Arrojería