Hace un tiempo paseaba por la Barceloneta con una amiga, ella me dijo que por ahí cerca había una casa en la que encima de la puerta con pedazos de azulejos, al estilo Gaudí, estaba escrito mi nombre. Fuimos a verlo, pero cuando llegamos, donde se suponía que debían de haber azulejos de colores formando las letras de mi nombre, había una mancha de cemento, como si de un tipex-arquitectónico se tratase, y en él, hundido con lo que podría ser un dedo o un palo habían escrito la palabra OLVIDO.
Alguien quería olvidar ahora a esa tal Nerea que tiempo atrás había sido tan importante como para coronar la puerta de entrada de la casa con tan esmerado mosaico. Exponiendo su afecto en la fachada – que se entere el mundo -.
¿Quién era esa Nerea?, ¿quién vivía en esa casa?, ¿qué relación tenían?, ¿qué pasó para que ahora fuera olvido?.
Fantaseé con las múltiples historias posibles, historias romántico-trágicas predominaban y alguna que otra bizarra sin mucho sentido. Finalmente me dispuse a dejar la ficción de mi imaginario e ir a encontrar respuestas reales.
No me lo pensé más veces y toqué el timbre, pero no hubo aclaración, solo respuestas abstractas, retazos medio dibujados, titubeos, vacilaciones, miradas de recelo y la puerta entreabierta con ademán de cerrarla en cualquier momento. Los inquilinos no estaban muy dispuesto a hablar, la historia era vaga, su elocuencia era escasa, entre todo el batiburrillo lo único que saqué en claro; Nerea era su hija y acabó siendo una decepción, alguien que no merecía el lugar que se la había otorgado, alguien que al parecer no valía la pena recordar. Por eso la mujer, su madre, no quería perder tiempo hablando de ella, aunque a ratos le temblará la voz y se le escaparan brotes de vehemencia.
Esto de forzarse a olvidar algo o alguien me recuerda al imperativo: “no pienses en un elefante rosa” o “no mires detrás tuyo”, la misma negación incluye la afirmación, y todos acabamos pensando en elefantes rosas y girándonos a ver qué es lo que no podemos mirar.
Para nuestra despreocupación, no tenemos ningún control en nuestra memoria, qué recordar qué olvidar están fuera de nuestra voluntad. El olvido en su estado patológico asusta; ‘Forgetting is a form of death ever present within life’ dice Milan Kundera, a fin de cuentas, es como si no se hubiera vivido lo que no se recuerda.
El tiempo lo cura todo, dicen, el tiempo es una escoba, una goma de borrar, un cirujano con parkinson, tiene el potencial de fijar o extirpar lo que no se quiere así como llevarse lo que también se quiere, se lo puede llevar todo, indiscriminadamente. ‘Everything will be taking away’, se lee en las fotografías fotocopiadas en papel cuadriculado de Adrian Piper. Cabezas limadas con papel de lija, expresiones centrifugadas. Parejas, grupos de amigos, compañeros o tal vez familiares, personas que ahora restan en el anonimato del sin-rostro. Momentos vividos que ya ni la fotografía puede retener. Todos ellos se desvanecen en la imprecisión de lo que fue y de lo que se era. El tiempo se lo llevará todo, los males, las penas, también la juventud y la salud, las cosas tal y como las conocemos. Todo está destinado a desaparecer.
Me viene a la mente el libro ‘Pensar con imágenes’ de Enric Jardí. El texto de la portada dice: ‘Este libro habla de cómo pueden utilizarse las imágenes para expresar ideas. Antes de hojearlo haz el siguiente ejercicio: piensa en cómo representarías la enfermedad del Alzheimer con una imagen’. La imagen que dentro nos sugiere muestra a tres personas, de tres edades muy concretas cuya colocación invita a identificarlas culturalmente con una familia. Las cabezas, la parte más identificativa de las personas, se han reemplazado por un dibujo. Se trata de un símbolo que emplea el sistema operativo de Windows para indicar que falta una imagen que debería aparecer en ese lugar y que el sistema no ha podido encontrar por algún motivo desconocido. Algo falla ahí arriba.
Lo primero que deja de funcionar, según los estudios sobre la demencia y el Alzheimer, no es ni el quién, ni el qué, ni el dónde, sino al cuándo, es la noción de tiempo. En un taller sobre la pérdida de memoria, un grupo de ancianxs dejan constancia de su relación con el tiempo al dibujar un reloj tal y como ellxs lo recuerdan. ‘Relojes de Papel’ es el título de la serie que muestra metafóricamente la relación que guardan con el tiempo.
Un reloj marca siempre la misma hora, la ofuscada 1, la 1, la 1. La 1 sustituye el resto de horas, una hora que se repite como en un reloj caprichoso para el que sólo existe esa hora y todas las demás son suprimidas, camufladas en la 1. Es la hora para recordar, es una alarma, una cita, la hora de comer, la de la siesta, la de la serie preferida, la de la pastilla, la de salir a pasear, la hora de las visitas. En otro reloj los números danzantes se liberan de la circunferencia, es un tiempo que no entiende de limitaciones, es anárquico, aleatorio, sin un orden sin un lugar. Hay horas perdidas, como la 1, las 2, las 3, las 4, una laguna desde las 12 hasta las 5, un tiempo olvidado, no vivido. Horas intercambiadas, suprimidas, repetidas. Hay relojes que solo cuentan las horas significativas. Mientras que en otro reloj, todas las horas están en su lugar, correctamente ordenadas sin omisiones, sin embargo se especifica la distancia entre las 12 y las 12, un silencio estelar de media noche, la última hora del día se prolonga hasta el mediodía del día siguiente, de las 12 a las 12 el cuerpo duerme.
La importancia del dibujo está en el hecho de que para llevarlo a cabo es necesario tener una buena organización visual y espacial, una buena planificación y una habilidad motora bien coordinada. Estos aspectos empiezan a fallar cuando una persona sufre deterioro cognitivo. Por eso mismo, el cuestionario rápido del Mini-Mental State Examination (MMSE), incluye entre sus actividades la realización de un dibujo de dos pentágonos solapados.
‘En nuestras investigaciones, utilizando una tableta digitalizadora con un bolígrafo especial, conseguimos obtener el dibujo en formato digital, pero también los movimientos que hace la persona sin que el bolígrafo toque el papel, es decir las transiciones de un punto a otro que hace el dibujante cuando levanta el bolígrafo y lo vuelve a colocar sobre el papel para continuar el dibujo.’ Comentan en la Mediterranean Conference on Medical and Biological Engineering and Computing del 2013. En ocasiones el dibujo final tiene tan buena pinta como el que haría cualquier persona sana, si solo fuera por el dibujo pensaríamos que la persona no padece Alzheimer. Son los movimientos realizados en el aire durante la dinámica del proceso; multitud de movimientos que denotan la duda y confusión los que permiten detectar de forma precoz la aparición de esta enfermedad, además de la velocidad y la precisión.
Dibujo de abajo realizado por una persona con Alzheimer.
Mientras el dibujo es la prueba que facilita el diagnóstico, la fotografía de Adrian Piper, en mi propia interpretación, nos ofrece la sensación, el significado. Todos en algún momento hemos sufrido una leve sensación de aturdimiento, de olvido involuntario y no retráctil. Sentirse desubicado, confundido, despistado. Nos pasamos la vida sumando, guardando y acumulando recuerdos y conocimiento, que nos definen y nos permiten movernos por la vida, orientarnos. Que el olvido se propague en nuestra mente, asusta, envejecer, mermar, reducirse hasta la desaparición, hasta no saber dónde estás, quién eres, por que agujero de la camiseta se mete la cabeza, para que sirve un zapato, ¿para planchar? ¿para llamar por teléfono? la comida que hay en el plato, ¿qué hago con ella?, ¿qué se espera de mí?, ¿pintar las paredes? ¿pintarme los labios?, ¿dónde acaban mis labios dónde empieza el resto de la cara? ¿cómo articular palabras, cómo se hilvanan los sonidos para formar lenguaje comprensible? mi cuerpo se olvida si tiene hambre, si necesita ir al baño…
El Alzheimer es uno de los principales motivos de muerte por enfermedad en los países más desarrollados, siendo Asia el continente que más la padece. Cada año aumenta el número de pacientes. Y da miedo, perder lo que se ha conseguido, lo que uno tiene, lo que uno es, recuerdos robados, extraviados, desintegrados hasta el vacío de una mente ahora desamueblada, una persona limada hasta ser olvido, menos para los demás.