En marzo de este año la edición estadounidense de Vogue publicó un número dedicado a la diversidad. La foto de la portada mostraba a un grupo de modelos, entre ellas una de constitución diferente a las demás, la promesa de diversidad se cumplía con un intento por mostrar que hay cuerpos diferentes a los de las chicas delgadas, pero parecía que la intención se quedaba corta. Dentro del despliegue editorial del número de la diversidad se incluyó una serie de fotografías de Mikael Jansson con styling de Phyllis Posnick, en ellas Karlie Kloss posa vestida de Geisha en varias locaciones japonesas.
Sin generar mayor sorpresa, el número de la diversidad terminó siendo un fiasco, desde la aparente ausencia de modelos de color, la cómoda inclusión de Ashley Graham como única representante de las mujeres de tallas grandes y las fotografías de Karlie Kloss que, siendo sincera, aún no logro entender qué propósito suponían cumplir. Lo curioso es que el modus operandi de las fotos de Mikael Jansson no es nada nuevo, en 1966 la editora Polly Mellen y legendario fotógrafo Richard Avedon se embarcaron en un viaje de gran magnitud para fotografiar a Verushka en medio del invierno japonés. Claro que en ese entonces la fotografía de moda era creada y vista por ojos diferentes, las prioridades eran otras, no existía afán de identificarse como una publicación plural, la moda era opulencia y el placer estético iba primero que las poses idealistas.
La recepción negativa de las fotografías de Jansson quizá se deba al contexto en el que fueron publicadas, etiquetarlas de diversas sugiere que dan espacio a la inclusión, cuando en realidad Kloss no deja de ser una turista en un disfraz. La línea se traza en ese punto, cuando un extranjero pretende suplantar a un personaje propio a un lugar o una cultura, y en fotografía de moda existe un riesgo constante de cruzar esa línea. Casi siempre se cuentan con tres elementos narrativos y estéticos claves, uno es la modelo, otro la ropa y el styling y el tercero la locación. La escenificación suele otorgar a las locaciones un carácter exótico, aunque sea un juego de suplantación, porque lo exótico no es lugar, lo exótico es la mujer caucásica vistiendo ropa de diseñador. Esto puede extrapolarse a cualquier escena, cualquier ciudad, una vez se introduce una extranjera de apariencia espectacular, la situación se lee como una caricaturización del turista que salta a la vista por sus rasgos, su elegancia y su riqueza.
La idea del viaje como eje narrativo tiene muchos usos dentro de la estructura de la moda, el ejemplo por excelencia son las colecciones Resort o Cruise, aquellas que se presentan entre estaciones, partiendo la estructura tradicional de dos colecciones por año, primavera/verano y otoño/invierno. Las colecciones Resort y Cruise se construyen con una idea bastante literal, prendas para usar durante un viaje. La coherencia de estas colecciones deja ser primordial cuando se tiene en cuenta que el objetivo es tener más productos durante un ciclo que siempre ha sido de dos catálogos por año, tener con qué llenar el tiempo entre estaciones ayuda a las grandes casas de moda a mantenerse relevantes. Mientras que primavera/verano y otoño/invierno se presentan en las ciudades de siempre, Milán, París, Nueva York y Londres, las colecciones Resort abren espacio para despliegues de lujo, Gucci llevó a cabo su desfile Resort de este año en Florencia, Louis Vuitton en Kyoto, Dior en una reserva natural en California.
Una estrategia simple para darle un carácter extraordinario a una escena es sacando uno de los elementos de contexto dramáticamente, por eso no parece justo recriminarle a la fotografía de moda la ofensa de apropiación cultural, el objetivo es crear imágenes bellas y tiene sentido acudir a sitios inesperados para obtenerlas.
Si lo que se va a fotografiar para una editorial de revista son prendas que el lector promedio nunca podrá comprar, más vale que lo hagan de una manera tan espectacular que esté a la altura de la fantasía que rodea al objeto de deseo. Ciudades que soñamos visitar, hoteles que pocos pueden costear, playas paradisíacas, paisajes que quitan el aliento.
La fórmula es simple y si se sigue de manera correcta puede producir editoriales que no sólo son efectivos, cada tanto puede resultar algo icónico, artistas como Eugenio Recuenco y Philip Lorca diCorcia subvierten lo usual y producen fotografías que le dan pulso a una industria que a veces pierde emoción en su insistente búsqueda de lo nuevo.
Quizá sea esa obsesión por estar un paso adelante de los demás, lo que da espacio a críticas punzantes, cuando se producen contenidos sin considerar todas las posibles interpretaciones, incluso los más experimentados pueden participar de grandes fiascos, como una campaña de Vogue París publicada en octubre de 2009, que a pesar de contar con Carine Roitfeld como estilista (en ese entonces la editora jefe de Vogue París) y Steven Klein como fotógrafo, enfrentó una terrible controversia. En ella aparecía la modelo Lara Stone con la piel pintada, imitando la piel de una mujer morena. Si Karlie Kloss vistiendo un kimono hizo fruncir el ceño a muchos, basta imaginar lo que produjo Lara Stone pretendiendo suplantar a una modelo de color. La aparente fetichización de lo exótico es problemática cuando se trabaja usando equivalencias que trivializan a otro, y es posible asumir que la moda, como ningún otro sector, enfrenta de manera constante la calificación de trivial.
No hace falta excusar a Philip Lorca diCorcia por elegir ciudades inesperadas para sus editoriales, tampoco a Nick Knight por crear versiones retorcidas de la Geisha tradicional. La pluralidad en la moda es algo intrínseco, no hace falta que Vogue tome la bandera de la diversidad. La profundidad cultural de la moda, aunque suene contradictorio, es superficial, está en cada detalle, cada elección, representarse con un atuendo es un reclamo de identidad aunque pase desapercibido por su cotidianidad, por eso lo que nos queda de editoriales de fantasía que nos llevan a sitios lejanos, es la sensación de que podemos proyectar a ese personaje viajero, al turista eterno si tan sólo elegimos la prenda correcta.