Muchas veces me he preguntado qué sentido tiene que varios fotógrafos cubran un mismo concierto, durante los minutos que se permiten para tomar fotografías, todos se juntan en el espacio entre la barrera del público y el escenario. Las ramificaciones son claras, cada medio tiene su fotógrafo, existen prioridades diferentes y modos de trabajo, a lo que va mi pregunta es a algo más reflexivo, si hay varios fotógrafos con instrucciones similares, un mismo limitado espacio de trabajo y el mismo sujeto, ¿qué es tan memorable que requiera de tantas cámaras?. Creo que la posibilidad de tener imágenes similares de la misma cosa no es una preocupación real, incluso ese mismo pensamiento se puede trasladar a lo que sucede tras la barrera, cuando muchos asistentes levantan sus móviles y toman las mismas fotografías y graban los mismos videos. La existencia de la fotografía trasciende la mera necesidad de representación del instante y se convierte en una afirmación de propiedad, de relevancia.
La presencia de la fotografía en celebraciones y fiestas es primordial, la imagen grabada es un tributo a la experiencia. Matrimonios, cumpleaños, bautizos, requieren del momento fotográfico como afirmación de su importancia. Desear una fotografía que capture y condense el momento anhelado, eso puede dar sentido a la necesidad de muchos fotógrafos, de muchas cámaras, de muchos disparos, porque sería terrible que ese instante quede perdido, tal vez esa preocupación cobije todas las ocasiones en las que se da una congregación de muchos fotógrafos o aficionados fotografiando la misma acción.
El sentido se difumina cuando se piensa en la ubicuidad de la fotografía y se mezcla con la desbordante cultura de la vida nocturna. Fiestas que no celebran nada, existen como parte de una rutina de consumo, alcohol, música, baile, consuelo a la ansiedad de la rutina repetitiva, clubes nocturnos opulentos y asistentes que gastan su dinero y tiempo para verse bien y encajar en ese espacio de lujo, y dentro de todo eso la fotografía como parte vital de la experiencia, sin importar si cada noche suenan las mismas canciones.
El fotógrafo chino Chen Wei escenifica la vida nocturna y lo hace poniendo énfasis en dos momentos, el baile y los espacios vacíos que quedan. La repetición de elementos y colores da una continuidad a las fotografías que recuerda esa repetición interminable de las mismas acciones en los mismos sitios.
En las fotografías de Wei la identidad de las personas y los lugares no se puede definir, podría ser que todas las fotos representen un mismo espacio o muchos diferentes, podría ser que todas representen una misma noche, es esa imposibilidad de delimitar sitios y momentos la que deja una sensación de vacío, vacío que es protagonista de las fotografías. Incluso en las que aparecen muchas personas se puede percibir una ausencia, el baile no es suficiente para llenar el espacio, ¿vemos imágenes apocalípticas o sicodélicas?, ¿los sujetos celebran con felicidad o buscan consuelo a sus penas?.
El baile es una acción que se enlaza fácilmente con la celebración, es una manera ideal para transmitir regocijo con el cuerpo y la fotografía puesta al servicio del baile puede producir resultados emocionantes. En ese territorio la obra fotográfica de Mikhail Baryshnikov aparece como testimonio privilegiado, y es que pocos podrían entender el baile de la manera que lo entiende uno de los bailarines más celebrados de la historia. Los resultados son tan exuberantes como es de esperarse.
Teniendo a Chen Wei con sus escenas apocalípticas/sicodelicas y a Baryshnikov con sus fotografías vibrantes y expresivas, puede agregarse una tercera visión con las fotografías del gran fotógrafo estadounidense Alec Soth, un historiador visual que construye narrativas a través de escenas cotidianas.
La celebración que captura Soth habla de un sentido comunitario dentro de la fiesta, sugiere relaciones entre quienes captura, representaciones del territorio que existen en cada habitante, en los rostros y los gestos particulares. Sus fotografías dibujan una identidad, mientras que Wei la niega y Baryshnikov la desenfoca.
La relevancia de cada fotógrafo se exalta en la diferencia con la obra del otro, la visión cobra fuerza cuando se soporta como un construcción personal, con objetivos particulares y una marca estética propia. Chen Wei reflexiona, Alec Soth narra y Baryshnikov exalta. Tres autores lejanos explican el interés de varias visiones mientras que refuerzan la vacuidad de la repetición de las mismas fotos, por las mismas razones, en los mismos sitios, hechas por las mismas personas.